martes, 28 de junio de 2016

CUENTO

Lola Martín Ramos

CUENTO DE LOS AMIGOS INVISIBLES

La ventana vaga
La sombra sin nombre
La fuente flaca
La golondrina cartera
Getafe, mayo de 2016.

Dibujo de Portada:
La fuente de la Higueruela, pintado por mi amiga Tomi Caballero.
Dedicado a Beatriz y Fernando, mis sobrinos, para que se lo cuenten a sus hijas y nietas y
a mi amiga Marimar, por su ayuda y apoyo.
Lola Martín Ramos

    CUENTO DE LOS AMIGOS INVISIBLES

La ventana vaga
La sombra sin nombre
La fuente flaca
La golondrina cartera
Aquí os presento a mis amigos, esos que son para siempre, están cerca, en el mismo sitio, y nunca suelen cambiar por muy fuerte que sople el viento de la distancia, o la duda de los silencios perdidos.

Nos conocemos desde niñas, cuando quedábamos para jugar en la puerta de la calle y nos sentábamos en las aceras soleadas a relatar historias inventadas que venían a la memoria infantil de nuestros sueños.
Ahora soy una niña de diez años, asomada a la ventana de vidrios ahumados y marcos rectos, de color Marrón viejo desgastado que nunca se mueven. La admiro desde hace mucho tiempo, a ella le cuento que me gusta su silencio y su cara cuadrada, su mirada serena esculpida a destiempo, como un desierto pintado en la tapa de los cuentos.
Nació en la carpintería que está al final de la calle Conventillo, el carpintero amigo, le fue dando forma a sus brazos, quitándole las viruta y nudos hasta dejarla en un cuadro perfecto, para que durmiera en el hueco del cuarto de arriba de la casa.




Ella me acompaña a mirar los paisajes y los tejados arruinados de las casas de enfrente, vemos volar deprisa las nubes doradas y las estrellas despiertas en las noches 
sonámbulas, nos gusta admirar la torre del campanario, que alberga el reloj de las horas sonoras y los polluelos infantiles en sus nidos de paja, la abrazo en los momentos de nostalgia y me corresponde con su silencio perpetuo.
La veo desde abajo, desde lo alto de la colina y cuando llueve y hace frio, subo a ver como se encuentra, le doy una taza de chocolate caliente, y ella suspira aliviada, agradecida, la arropo con sus visillos blancos de raso y la dejo dormida, soñando con los carteles de actores que reposan en sus vitrinas cercanas.
Cuando la carcoma la enfermo sin previo aviso, le lleve un jarabe amargo de vinagre y golosinas, la bañe una mañana, la seque con su toalla de felpa con dibujos de margaritas amarillas; al otro día amaneció fresca y lozana, como la gata de mi vecina que maúlla al compás del canto de los gallos, todos los amaneceres, a la misma hora matutina.

La sombra sin nombre

La sombra nos cogía de la mano, nos enseñaba los juegos del escondite, a desaparecer en los pensamientos y transformarnos en la dama de las amapolas, en un plis plas sembrado de ilusiones, al compás de los pañuelos blancos, del corro la patata y letras que nos mandaban adivinar acertijos.
La sombra de la puerta, larga y de pico, bajaba por la calle dando sosiego a las casas, recordándonos que ella daba descanso al caluroso verano de la vida, la tranquilidad a las
horas de plomo de la siesta, y morada al peregrino cansado del calor de los caminos. ¿Por qué no tengo nombre?
Las sombras no tienen nombre, pero tienen tesoros escondidos que nadie puede encontrar…Ah sí, claro, por eso eres mi amiga, la que viene y se va, pero siempre regresa…Un dos tres, farolitos de papel.
Abrigada con su manto de punto, con sus botas de charol y sus medias de arena de la playa, traía a cuesta la memoria del tiempo y de la historia que nunca olvidaba; era dulce y soñadora, en sus ratos de monotonía llevaba un taller de lectura, de las cosas sencillas y olvidadas.
Siglos antes, cuando habitaba el caos y el desorden, cuando desaparecieron los dinosaurios, las palabras dormidas, las sombras de las malas guerras y los viajes sin tren ni destinos, ella llego desde lejos, desde muy lejos, para dar cobijo al calor de los días más soleados. También presidia las tertulias de los mayores y oía meditar sus dudas y sus sueños cautivos, daba consejos a los fieros gritos de los descontentos con el mundo, al enemigo que llevaba el hacha afilada para podar las ramas de los sauces y los olivos. Cuatro cinco y seis por allí aparece un buey
Iba y venía, aparecía y desaparecía, dependía de las nubes que pasaban empujadas por el viento, y del sol que le giñaba un ojo cuando jugaban a esconderse detrás de las montañas esculpidas, desde todos los tiempos. 
                         
Los domingos por la tarde se ponía su traje de lunares, con sus volantes rematados en puntillas y sus mangas de faroles encendidos ,me enseñaba a bailar sobre las piedras lisas de los rincones y las blancas paredes de cal, al Compás de la música que salía de un violín triste y cansado, que un muchacho acariciaba desde una buhardilla de la casa de enfrente; en la calle que no tenía salida, porque un carro sin ruedas la redujo a su corta numeración, aprendí con ella la belleza del baile y los colores amasados en las alfombras que pisaban los tacones sonoros, amando su arte y mirando de cerca los salones de espejos, encendidos en la sombra de mi amiga sin nombre, siete ocho y nueve, pasado mañana llueve.

La fuente flaca

En los veranos de fuego caluroso, nos íbamos a la fuente del manantial de las ilusiones, ella nos secaba el sudor de la frente y nos limpiaba el polvo de las manos, ensuciadas por el barro y nos mojaba los cabellos con sus aguas espumosas llenas de caricias y fantasías.
La fuente, cercana al pilar y al arroyo que la hacían compañía. Con el agua rebosante verde ambarina, que derramaba para lavar mis pies descalzos y acariciar la piel sudorosa y sedienta. Con sus paredes de granito y sus pobres adornos de cemento fino, a su alrededor revoloteaban las mariposas y unos habitantes extraños, renacuajos, sanguijuelas amargas y pérdidas, los verdes líquenes que descansaban a la orilla del agua que no corría, por miedo a quedarse sin saliva, sin dirección, y no saber volver a su sitio preferido. Derramaba por sus chorros agua fresca para el camínate sediento, de ella bebían los gorriones y las tórtolas que volaban cansadas desde los cielos más lejanos; a veces venían a hacernos compañía el perrito de nombre Soneto y la vaca que se apellidaba Poesía, cuando estaba solita, la fuente flaca hablaba con un banco cercano, a él venían los cansados labradores a comentar la faena diaria, los campesinos indefensos y taciturnos, de pelo rizado y cara aceitunada, voz ronca y lágrimas secuestradas en sus ojos de ébano. Eres la mejor amiga que tenemos, le decían. Siempre nos regalas tu alegría, sin pedirnos nada a cambio, nos das tú dulce sonrisa. La fuente que a veces hablaba, los bendijo con un vapor de aroma de lavanda y jaras del rio, salpicando sus mejillas.
Cuando estaba seca se llenaba con el agua de la lluvia y los amigos cercanos la surtían bajo las zanjan escondidas para regar las huertas.
Un verdor cubría sus pies con una alfombra de juncos y adelfas, embelleciendo su entorno más cercano, y unas espigas de trigo vergonzosos, se acercaban a ella, para susurrarles canciones y hacerla cosquillas.
Hubo una mañana que la fuente estaba triste, la tormenta que paso dando bandazos, dañó sus caños y el agua salía manchada, me dirigí a visitarla, a preguntarle cómo se encontraba tras el paso del vendaval, le regalé una bufanda de nubes y un amigo vino a repararla, con unas llaves grandes y unos aceitosos jarabes para limpiarlas, se recuperó enseguida y volvió a lucir su sonrisa de siempre. Por prescripción facultativa se le receto mimos y bocadillo de besos.

La golondrina cartera

La golondrina cartera era de pelo oscuro, con alas plateadas y pico anaranjado, lucía un moño coqueto y seductor que lo adornaba con unas horquillas largas de bambú, para que el viento de las alturas no le estropeara el cabello mullido recién peinado. Volaba de pueblo en pueblo, de cielo en cielo, con un zurrón, donde guardaba la correspondencia, sabedora de que llevaba las mejores noticias al norte y al sur, al poniente y al ocaso, a los hombres y mujeres que esperaban tiernos abrazos de sus amigos lejanos; sin perder nunca una carta ni un telegrama. Guando el tiempo era lluvioso, no volaba por el cielo, esperaba que el sol saliera para hacer su trabajo de repartidora de sobres y mensajes con las frases más hermosas, que ella adivinaba que llevaba a cuesta, aunque a veces pesara y tardara unos días en llegar. Unos meses repartía dos o tres y otro ninguno, cuando se aburría de volar, descansaba y visitaba a sus amigas las cigüeñas que tenían su casa en lo alto de la torre del campanario, para hablar de la saturación del cielo, de los peligros de las instalaciones eléctricas que las asfixiaban, las confundían en sus caminos, con peligro para sus vidas y sus trabajos.

Era madrugadora, cantaba pregonando las direcciones y remites, con su sombrero de satén rosado y sus guantes de ramas de tomillo, parecía una estrella de cine , una modelo 
del firmamento, con un resplandor que cautivaba y su chubasquero de luces intermitentes para hacer sus giros difíciles, en los días de niebla cuando se constipaba y le dolía la garganta, una abeja del campo vecino, le traía miel de romero y limones del paraíso a través del mensajero del viento de poniente, de flor en flor y de pino en pino.
Esta amiga era especial para mí, siempre me gustó mucho recibir carta y escribirlas, aunque de esto hace ya mucho, mucho tiempo. Siempre la esperaba en la puerta de mi casa, mirando el camino del cielo por donde aparecería dibujando líneas de colores como un arcoíris de montañas nevadas, salpicadas de nubes; cuando se jubile, porque ya es un poco mayor, la echare de menos. Me decía que un hijo suyo ya estaba aprendiendo el oficio, este ya casi a punto de desaparecer. Aunque el paro también hacia su mala faena a los amigos voladores del planeta tierra.
                                                            
Un día para celebrar el cumpleaños de la ventana vaga, decidimos juntarnos todas las amigas, ya teníamos ganas de vernos y de contarnos cosas de la vida, La fuente llevo una tarta de resina con nata y pásteles de gusanitos de membrillo, la sombra sin nombre le regaló un abanico de colores, como los del arcoíris, que recitaba poemas, cuando le apretabas un botón. La golondrina cartera, una recopilación de cartas de amor y verdades silenciosas y un monedero de plumas de canarios silvestres, qué ya no las necesitaban. Y yo unas piruletas de jamón y un ramo de lirios. Una banda de gorriones campesinos le canto el happy birthday.
¡¡¡Qué bien lo pasamos y nos divertimos un montón!!! Canela, patio y melón.
Unos años después nos volvimos a encontrar un mes lluvioso de Abril, a orillas del rio Guadiana, para consolidar nuestra amistad, recordar nuestros sueños y conocer la hija de la Fuente, una fontanita con ojos de rocío mañanero y unos brazos de caños de porcelana brillante, y un cuerpecito de ángel regordete de ciudad.
Canta la alondra por Navidad y los patos enamorados responden con un cua cua. Pin pin el cuento llega a su fin


Mis amigos invisibles, como veis, no son tan invisibles.
     Todo lo que puedas soñar se cumple con las cosas a las que damos vida y queremos, tan solo tenemos que asomarnos a la ventana, ir a beber a la fuente, cuando la sed aprieta y que la carta que traiga la golondrina, sea un relato de ilusiones y buenas noticias, con sobres de terciopelo y remitente de versos de otoño.

           Getafe Abril del 2016                Lola Martín Ramos